viernes, 7 de enero de 2011

"El Circo"


El paso de Wilmer Salazar por mi pueblo fue breve, apenas estuvo una semana, puede que incluso menos. Era el mago estrella del Circo de la Luz, que, en 1977, recorrió de gira más de 130 ciudades y pueblos de toda España, disfrutando miles de personas con un espectáculo de malabaristas, payasos, animales exóticos y magia, del que el crítico cultural del periódico escribió “Pocas veces veremos en España tantas representaciones artísticas en un mismo evento, perderse la cita que nos ofrece el Circo de la Luz es darle la espalda al arte y al espectáculo en su máxima expresión”. Tuvimos la suerte de que el circo se instalara en una gran explanada que acondicionaron para el evento. Lo normal hubiera sido llevarlo a pueblos más grandes, pero el Alcalde estuvo listo y se anticipó al resto cuando se enteró que actuarían en la zona. Hizo una oferta que satisfizo a todas las partes, pese al enfado de otros pueblos e incluso el de la capital.


Efectos visuales imposibles, leones a merced de un látigo amenazante y de un domador que se exponía a la muerte encerrado en una jaula, saltimbanquis perdiendo su condición de humanos en cada salto eterno por los aires… cada actuación superaba la anterior. Mis amigos y yo nos mirábamos incrédulos, cerciorándonos de haber visto lo mismo. ¿En qué momento había desaparecido la bola verde en manos de Wilmer? ¿Cómo se doblaba así aquella mujer o como mantenían el equilibrio diez personas subidas unas encima de las otras? El mago fue el artista que más me marcó, todos me parecían seres de otro planeta, pero la magia me parecía lo más difícil, porque pese a tenerlo a apenas un metro, él lograba engañarnos con facilidad.


Estaban previstas seis funciones en dos días, pero al final hubo una más. Tras acabar una de las tres a las que asistí, volví en busca de un autógrafo de cualquier de los integrantes del Circo de la Luz. Conseguí colarme en la zona donde guardaban los animales, apenas me separaban dos metros del león. Demostraba su grandeza a cada paso, dando vueltas con firmeza de un lado a otro de la jaula. Me daba pena su cautiverio, no era lugar para el rey de la selva. Fantaseé con la posibilidad de liberarlo, y reí viéndole sembrar el pánico entre los vecinos del pueblo. Una calada de humo seguida de una voz caribeña me devolvió al mundo de los vivos.


-Ningún animal debería estar enjaulado. Serkan sería feliz en Kenia, o en Sudáfrica, pero no aquí, exhibido por el capricho del patrón- dijo el mulato mago, fumando un cigarrillo tras de mí y mirando fijamente al león. Pensé en irme, yo no podía estar allí, pero pronto demostró que le daba igual.


-Perdona, no me he presentado, me llamo Wilmer Salazar, soy el mago de este circo- dijo con un cierto aire de resignación, ataviado todavía con el traje de la función. Me estrechó su mano castigada de cicatrices, con firmeza. Ya no contagiaba la vitalidad de la actuación, ahora sus grandes ojos negros emanaban tristeza refugiada tras sus pupilas.



- Soy Juan Carlos Sancho. Quiero decirle que me ha encantado su actuación, no me canso de verla- le mostré mi admiración por su trabajo. En seguida cambió de tema, no le interesaba hablar del circo.


-Y dime, chico, ¿qué tal se vive por aquí?- me descolocó. ¿Qué le importaba a una estrella de la magia un lugar como aquél? Su insistencia me obligó a explicarle a grandes rasgos lo que hacíamos, lo que comíamos, lo que nos preocupaba, lo que soñábamos… y me escuchó con una atención desmesurada, absorbiendo cada palabra que salía de mi boca. Me correspondió revelándome pequeños secretos del circo, los que no tenían importancia, y deseé seguir sus pasos, conocer ciudades, sentir el calor y el aplauso sincero del público, y que mi casa cada día estuviera en un lugar diferente.

-Tengo que irme a ensayar- apagó con el pie el segundo cigarro consecutivo, y se despidió regalándome dos entradas para la función de despedida. No pude resistirme a preguntarle lo que todo mago ocultará si quiere mantener el misterio.

-Oiga, ¿cómo hace todos esos trucos?-

-¿Trucos? Yo no hago trucos, amigo, yo hago magia- sonrió dejando al descubierto sus enormes dientes. Se acercó, tocó mi frente, y antes de que pudiera darme cuenta, había hecho aparecer de la nada una baraja de cartas.

-Algún día tú podrás ser un gran mago- fue la única vez que Wilmer se equivocó.

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