miércoles, 6 de abril de 2011

Habitación 409

No me acostumbro a esta burbuja en la que llevo metido 8 días. “Cualquier cosa de ahí afuera te puede matar” dijo el médico cuando me encarceló en ella tras la cuarta operación en tres meses. Por no perder el sentido del humor le contesté: “No se fíe, Doctor, a usted también, si quiere le hago hueco”.


No me he presentado todavía ¿verdad?, disculpen, tengo mucho trabajo en la burbuja y a veces no sé ni dónde estoy. Me llamo Juan Pablo Prieto, tengo 31 años, aunque siéndoles sincero, (lo seré en todo el relato) vividos llevo 29, los dos últimos no cuentan. En el momento en el que me ingresaron en el hospital y me diagnosticaron leucemia, mi tiempo se detuvo. Sí, créanme, todos los relojes funcionan menos el mío, que marca la fecha de la última vez que me ingresaron, hace ya casi 3 meses: 24 de abril de 2008. Cada vez que me dan el alta se activa de nuevo, pero en cuanto piso la escalera de acceso al hospital, el reloj vuelve a emitir un pitido extraño y se para lentamente. Primero los segundos corren más despacio, y al cabo de un minuto o dos, no más, se queda muerto. Estando en la burbuja he pensado algunas veces si ese tiempo se me descontará. Quiero decir, me pregunto si por ejemplo antes de la enfermedad estaba destinado a morir con 72 años, ahora podré vivir dos más para recuperar el tiempo perdido… ¡porque lo es estar aquí dentro! No me concentro ni para leer, la persiana a veces tienen que bajarla porque me duele mucho la cabeza y la luz del sol me golpea los ojos como si estuviera ajustando las cuentas conmigo en un combate desigual. Y la televisión sólo la enciendo para ver las noticias y los deportes por la noche.


Recibo visitas todos los días. Las agradezco porque me evaden de la rutina que me pisotea cada mañana cuando a las 7 vienen a controlar todos esos cables a los que estoy esposado. Mis padres viene 3 ó 4 veces al día, mi hermana algo menos, trabaja en una zapatería y su horario no le permite estar aquí todo lo que quiere. La pobre siempre se justifica, pero yo le digo que no pasa nada, la vida no debe detenerse por nadie, y menos por mí. También me visitan Marcelo, Alejandro, Sandra (que es novia de Alejandro), Toni, Agus y Javi. Se reparten por parejas para no coincidir, sólo pueden entrar a la vez dos personas, y es mejor que no vengan juntos, así hay visitas más días. Pero es verdad que no estoy del todo cómodo. Aunque lo hacen sin querer, sus miradas desprenden lástima, profundamente oculta entre la apariencia de normalidad. Sé que lo hacen con buena intención, pero creo que lo único que no soporto es que alguien sienta pena por mí, es de los sentimientos más crueles, no puedo hacer nada por cambiarlo aunque me haga el fuerte.


Pero hoy no quiero hablarles de cosas tristes, para eso ya están los periódicos. Además, no nos engañemos, ustedes no me conocen. Con un puñado de letras es difícil hacerles llegar lo que es la vida en esta habitación, la 409. Llevo varias semanas de muy buen humor, más contento. El médico me dice que me ve diferente, cambiado, y que es bueno para curarme. Él bromea “Un hombre sabio sólo cambia cuando hay una mujer por medio”… lo dice por decir, pero ha acertado. Realmente lo que está por medio es la burbuja que me separa de ella, pero sí, es una chica la que ahora me alegra y me anima a continuar luchando contra el sol por las mañanas y la soledad por las noches.


Y es que Blanca entró sin avisar, despacio, con miedo a despertarme, bajo la prudencia que le recomienda siempre su infinita inteligencia. Puede que en el fondo Blanca supiera que en cuanto cruzara la 409 me enamoraría de ella, y puede que yo supiera que más temprano que tarde iba a aparecer en mi vida, pues esa noche, en contra de lo habitual, no estaba dormido…… la esperaba. Al principio creí que era enfermera, pero pronto me corrigió: “Sólo soy auxiliar de enfermería”, le regañé por utilizar la palabra “sólo”, pero Blanca se justificó: “ha sido una expresión, realmente estoy muy contenta con mi trabajo”. La energía positiva que ella desprende atraviesa la burbuja y se acomoda aquí, a mi lado, para que la use cuando tenga bajones y me plantee una vez más el sentido de todo lo que estoy (mal) viviendo. Los primeros días venía, me hablaba un instante y se iba a seguir su trabajo. Pronto mis tonterías calaron en Blanca, los segundos se convirtieron en minutos, y las bromas desembocaron en fascinantes conversaciones que guardo en la memoria con cierta precisión para que cuando no esté tenga la mente ocupada y se me pasen más rápidas las horas hasta que vuelva.


Ustedes no la conocen, creo que les gustaría igual que a mí porque cuando hablo con ella olvido la burbuja, los cables, las agujas, los relojes que aguardan dormidos al futuro… Muchas tardes, cuando acaba su turno se cuela en mi habitación, acerca la silla a la cama y pone su mano sobre la burbuja, yo hago lo mismo, y aunque no me van a creer, siento que su piel atraviesa los barrotes que nos alejan. Sonríe y me cuenta qué tal le ha ido el día. Sé que sólo me relata las cosas buenas porque en ocasiones viene triste y no habla del hospital, esquivando la mirada para no delatarse.


Me encanta imaginar con ella unas vacaciones de verano. Hemos prometido que si me curo iremos dos semanas a Ibiza, a esas calas donde podremos escaparnos a las enfermedades y a los diagnósticos. Lo primero que haré al salir será tocarla, sujetarle la mano y sentir su calidez, la misma que me ofrece con su sonrisa y el brillo de su mirada. La tocaré para que nunca más se aleje, y sea ella quien espante a la enfermedad.


Por cierto, se me ha olvidado decirles que Blanca es manca, le falta un brazo desde los 11 años, el izquierdo, por un accidente de coche. Cuando la miro esa parte de su cuerpo me regaña y se coloca de lado para que no me fije… la llamo idiota porque aunque no me crea, para mí está más guapa así, con dos brazos no sería la Blanca que yo conozco y que ha salido adelante a base de dejar atrás los complejos que hace años le acechaban. Me gusta tal y como es.


Podría estar horas escribiéndoles, pero tampoco voy a aburrirles. Sólo quería que supieran que me va mejor, que siento que las agujas del reloj volverán a moverse en breve, y sobre todo quería que conocieran a Blanca, aunque estoy seguro que muchos ya tienen su propia Blanca al lado… si no es así, búsquenla porque merece la pena y no está tan lejos como piensan.


Son las 8.36 horas en la habitación 409……………………

7 comentarios:

  1. Parece el comienzo de un libro de Paul Auster...

    ¿Por qué se ha acabado este relato? Continúa...

    Un abrazo

    ResponderEliminar
  2. Realmente hermoso. Gracias por compartir estos relatos...

    Un saludo!

    ResponderEliminar
  3. ¡Gracias, Pilar!
    Muchas gracias a ti por entrar al blog.
    ¡Un abrazo!

    ResponderEliminar
  4. Ohhh que Relato tan bonitoo, Albert!
    Me ha commovido muchisimo! Enhorabuena.
    Besitos**

    ResponderEliminar
  5. me alegro de haberlo leído dos años después para que la espera de la novela sea más corta. Enhorabuena por tu manera de escribir; te lo digo a poco de acabar Tras la.estela de un cuadro, que unos apuntes celosos no me dejan acabar.

    ResponderEliminar