martes, 14 de junio de 2011

Cuando me acuerdo de ti

Era una mala época en mi vida. Cualquiera que tenga problemas graves se reiría de mí, lo sé. No tenemos derecho a quejarnos de la inmensa mayoría de las cosas que nos pasan. Casi todas son estupideces que nos invaden la cabeza. Es como si la mente tuviera la necesidad de crearse problemas donde no hay más que pequeños desbarajustes. Aquél día había dejado a mi novio, Pablo, después de 6 años. Bueno, siendo sincera diré que fueron cuatro años de relación y dos más intentando entendernos, negociando hasta las buenas noches, hasta los te quiero. Su ultimátum de “o nos casamos o te dejo” me puso en bandeja la maleta y el hasta siempre. Si me ponen entre la espada y la pared prefiero clavarme la espada.


Me marché de su casa con la maleta. Cogí las cosas imprescindibles, a por el resto volvería cuando no estuviera él, por ahorrarnos escenas y condenas. Tan importante como empezar bien es terminar con dignidad. A lo largo de los años he visto que pocas parejas acaban con la dignidad que merecerían años atrás de felicidad. No quería ser como ellos… y probablemente ellos como yo tampoco. Empezó a llover. Un poeta escribiría que el cielo protestaba, que estaba triste. Me metí en un Starbucks a esperar que escampara. No me venía mal un café doble. Subí al segundo piso en busca de los sillones que habitualmente están atestados de personas que con una consumición para tres hacen la tarde leyendo o de tertulia. Con ellos me crucé una vez más. Un grupo de amigas, una pareja que ni se miraban y un anciano leyendo el periódico ocupaban los sofás, únicamente había uno libre frente al anciano. Éste, alzó la vista y al verme se levantó con la torpeza que le presuponía por las arrugas de su rostro y su extrema delgadez.

-¡Aurora, Aurora, ya estás aquí, sabía que vendrías!- mi reacción fue la habitual. Mirar a ambos lados y detrás, y buscar a la tal Aurora.


- Disculpe señor, creo que me ha confundido, yo me llamo Patricia.- Mi aclaración no le sirvió de mucho.


-Mírate, estás empapada. Ven, acércate, que aquí hay calefacción y estarás calentita- con suavidad me agarró del brazo y me condujo al sillón. Me ayudó a quitarme la cazadora y me invitó a sentarme. Yo sólo buscaba el momento en que entendiera que no era quien pensaba. Me cohibía la luminosidad de sus ojos cuando se encontraban con los míos. Era como si realmente ya me conociera.


-¿Por qué has tardado 12 años en regresar? Me prometiste que vendrías pronto. ¿Has tenido algún problema para bajar? Imagino que no debe ser fácil incluso para ti.- Pasado el momento de sorpresa, entendí que el anciano no estaba en sus cabales. Las opciones pasaban por levantarme o seguirle la corriente. Opté por la segunda, me daba pena dejarle solo. ¿Y si era verdad que llevaba 12 años esperándome?


-Mira, Aurora, he traído tu foto preferida. La tengo en mi mesilla de noche. Jamás olvidaré el día que viste el mar, en San Sebastián. Te quedaste cinco minutos sin decir nada, en silencio, creo que ni siquiera parpadeaste. Yo me mantuve quieto, temeroso de que cualquier movimiento innecesario quebrantase el hechizo. ¿Te acuerdas?- En la fotografía en blanco y negro se veía lateralmente a una mujer de no más de veinticinco o veintiséis años apoyada en una barandilla. Al fondo el mar. Que no hubiera color en la imagen no era obstáculo para vislumbrar un día soleado, perfecto para ser el primero en el que disfrutaba de la inmensidad del océano. Es difícil de explicar, lo sé, pero era capaz de sentir las palabras del anciano reflejadas en la mirada perdida de la mujer. Di la vuelta a la foto, había una dedicatoria. Ahora una imagen parece que ya no es un recuerdo que guardar en el cajón más profundo de nuestro corazón. Hemos caído en la trampa de acostumbrarnos a ver cientos de ellas, pero por entonces eran auténticas joyas.


“Descubrimos que el verdadero tesoro de la vida se hallaba en la calidez de una mirada y en la caricia de unas manos rebosantes de esperanza, de sueños compartidos y de ilusión por disfrutar de un proyecto en común basado en el afecto y en el amor profesado a cada latir. Aurora, fiel compañera, te quiero.”


No sé cuántas veces leí la dedicatoria. Unas veces en alto, otras susurrándola.

-Claro que me acuerdo, cielo, cómo iba a olvidarlo si estuvimos meses planeando ese viaje y ahorrando cada peseta que la vida nos permitía”- me transformé en Aurora, y sentí ser ella. Había improvisado la frase. Por su sonrisa supe que no andaba desencaminada. De repente el hombre se levantó y bajó a por dos cafés más. Yo me quedé con la fotografía, esperando su regreso. Su cartera estaba encima de la mesa. Aproveché para comprobar su nombre: Dionisio Trueba. Al subir el anciano se dirigió a la mesa de las chicas jóvenes. A una de ellas la llamó Aurora, el resto se rieron. Me levanté y le conduje a nuestra mesa, no sin antes echarlas una mirada letal que cortó sus burlas.


-¿Qué tal está Alvarito, pregunta por mí? Seguro que en el cielo ha hecho muchos amigos y no tiene tiempo ni para venir a verme- dijo mientras daba lentamente vueltas al café con la cucharilla. Sentí su temor a recibir una contestación negativa.


-Claro que pregunta, Dionisio. Todos los días además. ¡Cómo no va a hacerlo, si te quiere mucho! Desde allí arriba te observa- mi respuesta le dejó más tranquilo. Asintió satisfecho.


-Cuídale mucho, es nuestro único hijo- balbuceó con tristeza y sin levantar la cabeza. Se me cayó el café del impacto que me causaron sus palabras. No había previsto que pudiera tratarse de su hijo.


Compartimos durante casi tres horas recuerdos en los que los dos éramos protagonistas, él en su juventud y yo en la piel de Aurora. Regresamos a 1949, a nuestra pequeña casa en Madrid, cuando un plato de comida, una radio y las ganas de salir adelante eran suficientes para la joven familia que formaban Dionisio, Aurora y Alvarito. Supe que al pequeño se lo había llevado para siempre una tuberculosis en 1952, y que raíz de ello decidió ser médico. Sus historias estaban tan cargadas de incoherencia como de realidad. Me costaba diferenciar hechos verídicos de las incongruencias, pero creí diferenciarlos bien. Las verdades las relataba con firmeza, con seguridad, apretando los puños. En las invenciones se trababa, repetía frases… pero daba igual, en ambos casos disfruté de su improvisada compañía.


Así estuvimos hasta que una dependienta del Starbucks subió con dos enfermeros. Me asomé por la ventana, una ambulancia esperaba en la puerta. La chica nos señaló.


- Disculpe señorita, Dionisio debe acompañarnos. Se ha escapado de la residencia. Nos ha dado un buen susto- dijo uno de los chicos. Dionisio obedeció. Se puso su sombrero y se marchó con ellos, pero antes de bajar las escaleras, se giró y vino hacia mí. Me cogió la mano, le devolví la fotografía:


- Sé que en el cielo no te van a dejar venir más veces a verme. Pero yo sabía que volverías, me lo prometiste. Nunca faltaste a una cita. Me llevo la foto. Es todo lo que necesito para seguir recordándote tan guapa como estás hoy. Dile a los señores de ahí arriba que si un día pueden, que dejen venir también a Alvarito, tengo muchas cosas que contarle- se inclinó y me besó en la mejilla.


- Adiós, Aurora- los enfermeros le ayudaron a bajar muy despacio. Aún tuvo tiempo de girarse nuevamente y dedicarme una última sonrisa cargada de anhelo. Por la ventana llena de gotas de agua vi cómo se alejaba quien por unas horas fue el hombre de mi vida, el que mejor me ha tratado y con el que más feliz fuimos Aurora…. y yo.

6 comentarios:

  1. Precioso Albert....

    hacerme derramar una lágrima a la 1 de la tarde en la oficina...

    para cuándo un próximo libro lleno de historias especiales?

    muchos besos!

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  3. Bonito, tierno y te puedo decir que hasta real.
    Demasiado para este tiempo de cínismo amoroso (o por lo menos ese es mi estado)

    Un saludo, es un placer leerte.

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  4. El naúfrago de la orilla digital que trabaja al otro lado del despacho, a la que tenga tiempo de corregir exámentes, poner notas y pasarlas a las actas... promete leerlo con la debida atención: ¿de dónde sacas tanto tiempo para estar online todo el rato? Un saludo.

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  5. Vaya tela, Alberto...qué bonito :)

    Laura

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  6. Sencillamente conmovedor... no puedo nada más que darte las gracias con otra lectura:

    "Sé que estás ahí, detrás de esa sonrisa tímida y en ocasiones distantes, detrás de ese escudo que te protege de los demás, sé que tu mirada brilla cuando miras una flor aunque apenas te alcance la vista para ello y que eres capaz de descubrir la maravilla de la naturaleza. Sé que te agarras a mi brazo, que confías en mí sin apenas conocerme, pues me dejas ser tu guía y me enseñas a hacerme pequeña cuando estoy a tu lado. Trazas líneas, coloreas recuadros, transformas mi día, me devuelves la sonrisa y me haces creer en el poder de la magia. Te inclinas, me miras y yo descubro que aún queda algo de lo que fuiste en un tiempo pasado aunque yo ni siquiera te conociera.

    Puede que tus neuronas estén siendo arrasadas, pisoteadas y obligadas a no responder a una señal y puede que tu cerebro ande jugando al escondite con la vida y la muerte pero sé que hay algo grande detrás de todo ello, que eres capaz de iluminar un día gris, de hacer menos caluroso los primeros dias de primavera, sé que en tu ser queda ilusión por ganarle la partida a la vida, por triunfar por encima de cualquier dificultad y sé que todo lo que tienes ahora no le hace sombra a todo lo que eres.

    Quiero seguir viéndote crecer hacia atrás para yo poder crecer hacia delante, para hacerme grande cuando tu empieces a ser pequeña de nuevo; quiero que me permitas darte la mano y acompañarte para que me enseñes cuánto de bueno hay en que los dias vayan hacia atrás, para que me expliques que en la pérdida siempre hay algo que queda conservado, los sentimietnos más puros, la lealtad más sagrada, el respeto por la vida y las ganas de seguir amando"
    Fdo: Melodía

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