jueves, 25 de agosto de 2011

Sor Ángeles

Creo que nunca os he hablado de Sor Ángeles. Cuando escribí el libro “Relatos, recuerdos e historias que contar”, tuve en mente retrasarlo para que este relato entrara, pero al final quizá por las ganas de tenerlo en mis manos lo dejé para más adelante.


Los rumores no me hacían mella al final de sexto curso de EGB, cuando el verano estaba literalmente a la vuelta de la esquina: “Ya verás el año que viene en Matemáticas, te vas a cagar con la Psico”. ¿La Psico? Sí, así llamaban a esa monja que impartía Matemáticas en 1º y 2º de la ESO. Yo venía de tener una profesora normal, de esas que pasan por tu vida como un trámite que cumplir entre un curso y otro.

Pero a un verano que cuando comienza parece eterno, siempre le sucede un despertador que marca la hora del comienzo de un nuevo curso. He tardado en aprender que el futuro queda tan lejano como quiera el presente.


Me senté en última fila, trinchera para los graciosos de la clase. Cuando llegó ella, “La Psico”, a tercera hora, se tejió un silencio ciertamente inexplicable. Su rostro arrugado y avejentado y su pelo blanco eran contrarrestados por la firmeza de su paso y por la profundidad de una mirada que quemaba. Las personas que se ganan el respeto con su presencia nunca necesitan mandar callar ni gritar. Todos entendimos que las habladurías de los mayores no eran sino advertencias, nos esperaban dos años duros. Sin preámbulos agarró la tiza que desgastaba la pizarra a su contundente contacto. Lo sé, lo normal es que la pizarra desgaste la tiza, pero con Sor Ángeles era al revés. Quedamos todos bloqueados, ¿por qué le ponía el signo negativo delante de los números? Su explicación de los números enteros duró cincuenta minutos, del tirón, sin botellas de agua para aclarar su voz. Resultaba que el menos por menos se convertía en más. ¿Por qué perdimos el tiempo en Barrio Sésamo contando del 1 al 12 y obviaron los números negativos?


Sonó el timbre. El alivio de los treinta alumnos sólo puede ser comparable con el del abandonado en el desierto que al tercer día recibe un sorbo de agua. Por nuestra cabeza debían andar los nuevos conceptos explicados, pero por más que buscábamos no había rastro de ellos. Antes de irse nos mandó cinco ejercicios para el día siguiente. Eran obligatorios y serían resueltos por nosotros saliendo al estrado.

Al día siguiente, justo antes de que llegara, nos pusimos a comparar resultados. A uno le salía 2, a otro -12, al de más allá 4. Cuando la lista de la clase nos confirmó que lo nuestro estaba mal, empezamos a sudar. Cinco ejercicios, treinta alumnos, una probabilidad entre seis de que nos tocara. Sor Ángeles entró con unos buenos días que nos supieron a poco. Hubiéramos preferido un chascarrillo que troceara el ambiente. Dejó su carpeta en la mesa: “vamos a corregir los ejercicios”. Nos miró detenidamente. Creo que buscaba al que tuviera más cara de zoquete. Nuestra reacción fue la del escondite, pero en sentido literal. Uno abría el pupitre (se abrían hacia arriba) y metía la cabeza haciendo que buscaba algo, otro se giraba y cogía de la mochila aire si hacía falta con tal de que no le viera… el de más allá tosía como un loco con la esperanza de que su supuesta enfermedad le exonerara del ridículo que se avecinaba. Sor Ángeles tardó unos treinta segundos en elegir al cochinillo que sacrificar, nunca nos sentimos tan animales como aquél día.


Han pasado diecisiete años. No puedo recordar exactamente lo que hice, aunque deduzco que meter la cabeza en el pupitre, siempre lo consideré una táctica precisa… hasta ese día. “Señorito Alberto Martín, salga a hacer el primer problema”. ¡Noooooooooooooo, por qué yoooooo!, pensé. Salí derrotado de antemano. De sobra sabía que mi ejercicio estaba mal. Agarré la tiza dubitativo y puse el enunciando. Justo en ese momento la monja salió del aula, momento que aproveché para agarrar sin permiso el cuaderno de la empollona y copiarlo entero. ¡Estaba salvado! Me iba a apuntar el primer tanto. ¡No sería tan dura como la pintaban!... y una leche que no. “¿Usted se cree que no me he dado cuenta de lo que ha hecho?” “No sabe absolutamente nada de números enteros y pretende engañarme”. Lo peor no fue que me regañara, es que estuve un minuto eterno de pie mientras me fusilaba con los ojos. Con otro docente mis compañeros se hubieran reído, pero en este caso se solidarizaban no por mí, sino por ellos mismos, porque tarde o temprano les tocaría a ellos, como así fue.


El miedo a salir a la pizarra, los cálculos sobre por qué fila preguntaría primero y las consultas al reloj para ver si nos librábamos hasta la siguiente clase son sentimientos que sólo los que la tuvieron de profesora pueden comprender. Con doce años éramos así de tontos. Había exámenes casi semanales que corregía con bolígrafo verde, exámenes desastrosos en los que ese color superaba al azul de los nuestros.


Pero no tardamos en descubrir que tras esa fachada de dura se escondía la mejor profesora que muchos de nosotros hemos tenido en la vida. La única meta para Sor Ángeles era que aprendiéramos, pero con mayúsculas, que sus clases no se olvidaran después del examen. Y si tenía que quedarse horas extra que nadie le pagaba ni agradecía (lo interpretábamos como un castigo) lo hacía sin reprochar jamás que perdía el tiempo con los alumnos. Su generosidad estaba fuera de toda duda.


Y tampoco tardamos mucho en descubrir que fuera de las clases se escondía una persona comprometida con los alumnos, que sabía escuchar, que se preocupaba por todos y que jamás intentó adoctrinar ni convencer a nadie en asuntos religiosos. A los que por suerte la tuvimos también como tutora nos tocaba ir a su despacho una vez al año durante una hora y hablar de nosotros, no de las matemáticas ni de las clases. Nos preguntaba por la familia, por lo que nos gustaba, por lo que esperábamos del futuro, y prestaba la atención que algunos profesores bien podrían aprender. Entré temeroso en ese despacho del segundo piso porque no sabía que contarle y salí del mismo con la sensación de que una hora se quedaba corta.


En todas las batallitas que contamos en la actualidad los que fuimos Concepcionistas siempre mencionamos a Sor Ángeles. Primero comentamos lo mal que lo pasábamos y las bobadas que hacíamos para no ir a la pizarra, pero no tarda mucho alguno en decirlo: “Con ella es con quien más he aprendido”.


Yo me la sigo encontrando en la calle de vez en cuando. Me da un beso y una sonrisa y se interesa por cómo me va la vida. Sé que se alegra sinceramente cuando le digo que me va bien, y que ahora soy profesor como ella. Si algún día me acerco a lo que fue, será mi mejor logro profesional.

6 comentarios:

  1. Así es, ni más ni menos, tal cual lo has descrito. Exigente y muy bondadosa. Una de mis mejores profesoras que he tenido en las Concepcionistas, que la agradeceré enternamente una recuperación que me mandó hacerla en el internado una tarde, porque al día siguiente, los profesores entregaban las notas en secretaría para hacernos el boletín de fin de curso... (más que una recuperación fueron ganas de aprobarme...)
    Como siempre, excelente artículo Alberto.

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  2. Es la mejor descripción de Sor Ángeles que he visto nunca...más razón que un santo. Hacía repesca de la repesca para aprobar a cuantos más mejor...que mujer más adorable!!! Sin duda de las mejores profesoras de mi carrera estudiantil!!

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  3. Fue la primera profesora que me puso un 0.cómo lloraba porque me había cascado un 0 en el exámen.
    Y una vez me castigo a hacer las tareas toda la tarde en el internado con todo un harén de chicas en el aula.

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  4. Gran entrada!! Hasta me da la impresión de haber sido de las concepcionistas...

    En otro orden de cosas, ¡Eres un jodido nostálgico!!!

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  5. Lo acabo de leer y genial Alberto. Puf yo soy muy mala para esto de acordarme de cosas pero creo que yo me comí pocos castigos, la verdad creo que por no hacer deberes no recuerdo ninguno, pero por no saberme las fórmulas alguno sí...y me encantaba...me quedaba la última y me las aprendía de escucharlas, me acuerdo que la primera vez me preguntó "¿no piensa estudiar?" y la salté un "no, es que me voy a quedar la última" te puedes imaginar a tod@s los demás con la cara pegada al cuaderno... en público, me soltó un "pues como no se las sepa, hoy cena conmigo" ... Cuando nos quedamos solas se reía de ver que me las sabía y otra vez me dijo, bueno María José ya te las sabes, no?... Como tutora un auténtico lujo e incluso cuando ya no lo era. Yo tb me la he encontrado por Segovia y la verdad es que es increíble hasta que punto sigue preocupándose, pero preocupándose de verdad por nuestras vidas...
    Bueno que me estoy liando y este apartado es más que nada para darte la enhorabuena por la idea y por el desarrollo...
    P.D.: Este tipo de entradas y el que nos gusten pufff... qué viejos nos hacen...

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  6. solamente dos profesoras han marcado mi vida de una manera especial, tanto en lo académico como en lo personal. Una me encontró ( y me espabiló, todo hay que decirlo) en la carrera. La otra... me topé con ella cuando tenía 12 años, me hacía sudar la gota gorda, me mandaba al baño todas las mañanas a lavarme otra vez la cara porque no se daba cuenta de que esa mancha que tenía desde la comisura de los labios hasta la barbilla no era una baba de leche sino una marca de nacimiento,coño, estaba ahí y yo no podía hacer nada que no fuera levantarme la piel con un escalpelo, me cascaba esos nudillos huesudos en la cabeza a ver si así se me ablandaba la mollera y conseguía meter algún concepto, eso sí, sin acritud, sólo golpecillos con fines puramente académicos, me castigaba incluso algún sábado in the morning a hacer ejercicios como una posesa... y todavía me sale una sonrisita cada vez que me acuerdo de ella, que para mi sorpresa, es relativamente a menudo, acompañando un suspiro de alivio por haber tenido la suerte de encontrar a alguien en el cole que intentara enderezarme y enseñarme con la única motivación de que yo realmente aprendiera y mejorara y madurara, aunque fuera con paso lento pero seguro, firme, de los que no permiten retroceso.

    ay psico.... esos tirones de moflete que me pegas cuando me cruzo contigo por la calle....hay que ver cómo me prestan, madre!!

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