miércoles, 20 de febrero de 2013

Cuando el viento de Levante



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Las llamas se divisaban a kilómetros de distancia. La noche del 19 de julio de 1970 soplaba un fuerte viento de levante que no hizo sino avivar aún más el fuego devastador en cada una de las cuatro plantas del Hotel Levante. Los jardines que rodeaban las centenarias dependencias se convirtieron en un improvisado campo de refugiados. Decenas de residentes apenas sí tuvieron tiempo para salir de sus habitaciones, alertados por la megafonía y por los gritos de los trabajadores, que en un ejercicio de profesionalidad antepusieron la seguridad de los clientes a la suya propia.

La aparición de los Bomberos solo sirvió para apagar los restos del que hasta entonces había sido uno de los hoteles con más prestigio en Andalucía, por su gastronomía, la cercanía a la playa y por la calidad del servicio y de sus instalaciones que lo hacían un lugar idóneo para disfrutar en familia. La virulencia de las llamas y el  hundimiento de la estructura hacían imposible entrar a buscar supervivientes. En el primer recuento, el encargado del hotel, Claudio Ibarra, aseguró sin mucha certeza que no quedaba nadie dentro. Algunos huéspedes y empleados se quejarían posteriormente de que la Policía y los Bomberos tardaron demasiado en llegar, pero las críticas fueron acalladas y no tuvieron transcendencia en los medios de comunicación, que a la mañana siguiente salieron en portada con el incendio del Hotel Levante.

Tres horas después, y sin la incómoda presencia de los clientes, que fueron reubicados en hoteles de la zona, el fuego fue extinguido por completo, ya saciado y sin nada más que destruir. Tal como había avisado Claudio Ibarra, en ninguna de las habitaciones de las cuatro plantas se hallaron cadáveres. La tristeza por el inesperado fin del hotel se compensaba con la alegría de que al menos no hubiera muertos.

-Lo único que no tiene remedio es la muerte, lo demás es todo empezar de cero - sentenció sin mucho acierto Ibarra ante el jefe de bomberos, cuya mirada de indiferencia quitó las ganas a Ibarra de seguir conversando.
- ¿Dónde está el dueño? A estas horas ya debería estar avisado, ¿no cree? – a Claudio Ibarra le enfermaba el aire de superioridad con el que le hablaba.
- Estamos intentando localizarle, pero créame que no es fácil. Salió hace dos días de viaje de negocios con su mujer y su hijo, y en el número que nos dio por si pasaba algo nos dicen que de allí se fue ayer por la tarde. Así que entienda usted que yo más no puedo hacer. ¿No le parece que ya tengo bastante? – Ibarra estaba orgulloso de haberse defendido tan bien, pero en su interior le comía el miedo de tener que darle la pésima noticia a Don Manuel.
- No, no me lo parece. Ese hombre tiene que estar aquí al tanto de que su hotel no sirve ya ni para abonar las plantas- la envergadura del jefe de bomberos y su mirada penetrante hicieron que el combate fuera resuelto por KO. Claudio no volvió a hablar.

Entró en el hotel y una corriente de tristeza y a la vez de fracaso se apoderó de él al contemplar incrédulo cómo el inmenso hall se había transformado en un campo de cenizas. Solo llevaba tres meses de encargado y era la primera ocasión que Don Manuel se ausentaba más de un día. La oportunidad perdida para demostrar que podía confiar en él, que no se había equivocado cuando le eligió para ese puesto de responsabilidad tras años de tareas menores. ¿Cómo explicarle que a las primeras de cambio había fallado con tanto estrépito? Sus pensamientos se interrumpieron bruscamente con los gritos de uno de los bomberos que revisaba las plantas.

-¡Hemos encontrado tres cuerpos sin vida, jefe, suba!- el antipático superior cambió su rostro de la indiferencia a la preocupación. Claudio intentó ir tras él, pero se lo impidió.
-Usted no puede subir, el suelo se puede hundir en cualquier momento.

Fueron veinte minutos interminables de espera, caminando entre escombros, de un lado a otro, deseando despertar de una pesadilla que se alargaba en el sueño. Hasta que escuchó la voz del teniente de la policía dando la orden de que avisaran al juez. Este se acercó a Claudio Ibarra.
-Aunque me temo que sé la respuesta, ¿me puede decir quién reside en la quinta planta? – preguntó el Teniente con más tacto que el bombero.
-La quinta planta está reservada únicamente al director y dueño del hotel, el señor Don Manuel Baena de Zuñiga y su familia. Hay dos habitaciones más a parte de la suya, pero son de invitados y no había nadie ocupándolas en el día de hoy- respondió Claudio extrañado. Tenía conocimiento de cada entrada y salida del hotel, de haber habido huéspedes de Don Manuel habría estado informado. El gesto del policía aumentó su preocupación.
- Me temo que no hablo de esas dos habitaciones a las que se refiere, señor Ibarra.
-¿A qué se refiere usted, teniente?- las pausas del policía contribuían a crear un estado de alarma en Ibarra, justificado tras escuchar la respuesta que nunca quiso oír.
-Me refiero a que en la habitación principal hemos encontrado los cuerpos calcinados de un hombre, una mujer y un niño de unos  nueve o diez años. A falta de confirmación oficial estamos seguros de que se trata del señor Baena de Zuñiga y su familia. No puedo asegurarle nada con certeza, pero han debido morir por inhalación de humo. Estaban los tres en el suelo, junto a la puerta. 

Claudio esperaba que le diera una palmada en la espalda y le dijera que era una broma pesada, que allí arriba no había nadie, que bajo su responsabilidad no había muerto su jefe y su familia. Era incapaz de aceptar la realidad. Pero no era el único pensamiento que quemaba su interior con la misma fuerza que las llamas, no. ¿Qué hacía don Manuel en su habitación? De haber regresado le hubiera puesto al corriente. Siempre que volvía, lo primero que hacía era reunirse con el encargado para que le mostrase el parte de incidencias. Por muchas preguntas que se hiciese no encontraría una respuesta coherente, y más cuando de los empleados que allí quedaban ninguno afirmaba haber visto llegar al director.


Aquel fue el último día que Claudio Ibarra trabajó en un hotel. Nadie volvió a verlo por la región después de subir a un coche para ir a declarar. Se responsabilizó él mismo del suceso, aunque el informe policial no dejó lugar a las dudas y estableció que la instalación eléctrica estaba defectuosa y que fue la que originó el incendio. Nadie discutió la versión oficial, pese a que arrojara incoherencias difíciles de explicar…    

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