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Las
llamas se divisaban a kilómetros de distancia. La noche del 19 de julio de 1970
soplaba un fuerte viento de levante que no hizo sino avivar aún más el fuego
devastador en cada una de las cuatro plantas del Hotel Levante. Los jardines
que rodeaban las centenarias dependencias se convirtieron en un improvisado
campo de refugiados. Decenas de residentes apenas sí tuvieron tiempo para salir
de sus habitaciones, alertados por la megafonía y por los gritos de los
trabajadores, que en un ejercicio de profesionalidad antepusieron la seguridad
de los clientes a la suya propia.
La
aparición de los Bomberos solo sirvió para apagar los restos del que hasta
entonces había sido uno de los hoteles con más prestigio en Andalucía, por su gastronomía,
la cercanía a la playa y por la calidad del servicio y de sus instalaciones que
lo hacían un lugar idóneo para disfrutar en familia. La virulencia de las
llamas y el hundimiento de la estructura
hacían imposible entrar a buscar supervivientes. En el primer recuento, el encargado
del hotel, Claudio Ibarra, aseguró sin mucha certeza que no quedaba nadie
dentro. Algunos huéspedes y empleados se quejarían posteriormente de que la
Policía y los Bomberos tardaron demasiado en llegar, pero las críticas fueron
acalladas y no tuvieron transcendencia en los medios de comunicación, que a la
mañana siguiente salieron en portada con el incendio del Hotel Levante.
Tres
horas después, y sin la incómoda presencia de los clientes, que fueron
reubicados en hoteles de la zona, el fuego fue extinguido por completo, ya
saciado y sin nada más que destruir. Tal como había avisado Claudio Ibarra, en
ninguna de las habitaciones de las cuatro plantas se hallaron cadáveres. La
tristeza por el inesperado fin del hotel se compensaba con la alegría de que al
menos no hubiera muertos.
-Lo
único que no tiene remedio es la muerte, lo demás es todo empezar de cero -
sentenció sin mucho acierto Ibarra ante el jefe de bomberos, cuya mirada de
indiferencia quitó las ganas a Ibarra de seguir conversando.
-
¿Dónde está el dueño? A estas horas ya debería estar avisado, ¿no cree? – a
Claudio Ibarra le enfermaba el aire de superioridad con el que le hablaba.
-
Estamos intentando localizarle, pero créame que no es fácil. Salió hace dos
días de viaje de negocios con su mujer y su hijo, y en el número que nos dio
por si pasaba algo nos dicen que de allí se fue ayer por la tarde. Así que
entienda usted que yo más no puedo hacer. ¿No le parece que ya tengo bastante?
– Ibarra estaba orgulloso de haberse defendido tan bien, pero en su interior le
comía el miedo de tener que darle la pésima noticia a Don Manuel.
-
No, no me lo parece. Ese hombre tiene que estar aquí al tanto de que su hotel
no sirve ya ni para abonar las plantas- la envergadura del jefe de bomberos y
su mirada penetrante hicieron que el combate fuera resuelto por KO. Claudio no
volvió a hablar.
Entró
en el hotel y una corriente de tristeza y a la vez de fracaso se apoderó de él
al contemplar incrédulo cómo el inmenso hall se había transformado en un campo
de cenizas. Solo llevaba tres meses de encargado y era la primera ocasión que
Don Manuel se ausentaba más de un día. La oportunidad perdida para demostrar
que podía confiar en él, que no se había equivocado cuando le eligió para ese
puesto de responsabilidad tras años de tareas menores. ¿Cómo explicarle que a
las primeras de cambio había fallado con tanto estrépito? Sus pensamientos se interrumpieron
bruscamente con los gritos de uno de los bomberos que revisaba las plantas.
-¡Hemos
encontrado tres cuerpos sin vida, jefe, suba!- el antipático superior cambió su
rostro de la indiferencia a la preocupación. Claudio intentó ir tras él, pero
se lo impidió.
-Usted
no puede subir, el suelo se puede hundir en cualquier momento.
Fueron
veinte minutos interminables de espera, caminando entre escombros, de un lado a
otro, deseando despertar de una pesadilla que se alargaba en el sueño. Hasta
que escuchó la voz del teniente de la policía dando la orden de que avisaran al
juez. Este se acercó a Claudio Ibarra.
-Aunque
me temo que sé la respuesta, ¿me puede decir quién reside en la quinta planta?
– preguntó el Teniente con más tacto que el bombero.
-La
quinta planta está reservada únicamente al director y dueño del hotel, el señor
Don Manuel Baena de Zuñiga y su familia. Hay dos habitaciones más a parte de la
suya, pero son de invitados y no había nadie ocupándolas en el día de hoy-
respondió Claudio extrañado. Tenía conocimiento de cada entrada y salida del
hotel, de haber habido huéspedes de Don Manuel habría estado informado. El
gesto del policía aumentó su preocupación.
-
Me temo que no hablo de esas dos habitaciones a las que se refiere, señor
Ibarra.
-¿A
qué se refiere usted, teniente?- las pausas del policía contribuían a crear un
estado de alarma en Ibarra, justificado tras escuchar la respuesta que nunca
quiso oír.
-Me
refiero a que en la habitación principal hemos encontrado los cuerpos
calcinados de un hombre, una mujer y un niño de unos nueve o diez años. A falta de confirmación
oficial estamos seguros de que se trata del señor Baena de Zuñiga y su familia.
No puedo asegurarle nada con certeza, pero han debido morir por inhalación de
humo. Estaban los tres en el suelo, junto a la puerta.
Claudio
esperaba que le diera una palmada en la espalda y le dijera que era una broma
pesada, que allí arriba no había nadie, que bajo su responsabilidad no había
muerto su jefe y su familia. Era incapaz de aceptar la realidad. Pero no era el
único pensamiento que quemaba su interior con la misma fuerza que las llamas,
no. ¿Qué hacía don Manuel en su habitación? De haber regresado le hubiera
puesto al corriente. Siempre que volvía, lo primero que hacía era reunirse con
el encargado para que le mostrase el parte de incidencias. Por muchas preguntas
que se hiciese no encontraría una respuesta coherente, y más cuando de los
empleados que allí quedaban ninguno afirmaba haber visto llegar al director.
Aquel
fue el último día que Claudio Ibarra trabajó en un hotel. Nadie volvió a verlo
por la región después de subir a un coche para ir a declarar. Se responsabilizó
él mismo del suceso, aunque el informe policial no dejó lugar a las dudas y
estableció que la instalación eléctrica estaba defectuosa y que fue la que
originó el incendio. Nadie discutió la versión oficial, pese a que arrojara
incoherencias difíciles de explicar…
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