miércoles, 17 de noviembre de 2010

Desaparecidos (III parte)




El cansancio se acumulaba tras largas noches de duermevela, que era lo más cerca que estaba de descansar, tardes buscando a los desaparecidos y mañanas en la piscina dándole vueltas a los acontecimientos que me rodeaban. Nadar me relajaba.

Los temidos e irracionales rumores empezaron a expandirse como un virus letal por el pueblo. El que hizo más daño y el que nos dividió fue el que aseguraba que la policía tenía serias sospechas de que el zapatero, de nombre Anselmo, había secuestrado a Ana y a la otra chica. La atmosfera se transformó en una corriente de violencia; decenas de vecinos intentaron asaltar la casa del nuevo sospechoso. Recuerdo que viví aquella escena con pena por ver cómo se sometía a un linchamiento público a su mujer y a sus hijos, que ya bastante tenían con no saber donde estaba Anselmo. Fue la propia policía la que apaciguó los nervios asegurando que sus sospechas eran infundadas.


La mejor y triste prueba de que el zapatero no era culpable la hallamos Manolo, que se había sumado a la búsqueda, y yo. En el reparto diario de zonas a rastrear nos había tocado la parte norte del río. Su caudal era escaso y alcanzábamos sin esfuerzo a ver el fondo. Fue Manolo el que lo vio primero: en unos matorrales que nacían del propio río encontramos el cuerpo inerte de Anselmo el zapatero. Estaba boca abajo, con la cabeza dentro del agua y los pies enredados en la maleza. Ni siquiera hicimos el intento de sacarle. Era absurdo. El color de sus brazos pálidos avisaba que llevaba tiempo estancado en ese lugar. Deduje que había sido lanzado desde el camino. Quizá el objetivo del asesino había sido lanzarle y que la corriente lo arrastrara. No fue así. La noticia se propagó a la misma velocidad que los rumores que a punto habían estado de que se cometiera una injusticia con la familia del ya confirmado difunto. Los habitantes del pueblo y los policías llegaron rápido. Rostros de pena, vergüenza, miedo se convertían en testigos de un acontecimiento que cambió sus vidas para siempre.

Tras ordenar el juez el levantamiento del cadáver y secreto de sumario, fuimos llevados a dependencias policiales para tomarnos declaración. Contamos lo poco o nada que sabíamos. Nos agradecieron la colaboración y nos acompañaron a la puerta. Allí fue donde quedé paralizado. Me temblaban las piernas. Suerte que nadie se fijó en mi rostro desencajado. Un enorme cartel colgaba de la pared. En él se solicitaba la ayuda de los ciudadanos para conocer el paradero de Ana, de Anselmo y de la segunda chica, de nombre Marta. Sus fotos aparecían debajo de sus datos… ¡era ella! la chica que noches atrás me había observado extrañamente debajo del balcón de casa. ¿Qué significaba aquello? ¿Debía contar lo que vi? Intenté recuperarme. Nadie me creería.

-Disculpe agente. Por tener algún dato más que nos sirva. De Ana ya me han dicho cómo iba vestida cuando desapareció, pero de Marta no sé nada. Si usted me pudiera decir- no quería escuchar lo que sabía que iba a responderme. Hubiera deseado no escucharlo:
-Claro, es importante saberlo. Vestía un pantalón vaquero corto y una camiseta rosa de tirantes-

¿De qué se escondía la joven? ¿Cómo podía ser que campara a sus anchas por el pueblo sin ser vista? Si así hubiera sido, ¿tras doce días seguía llevando la misma ropa? Imposible responder desde la lógica a las incógnitas que avasallaban mi mente.
Continuará...

3 comentarios:

  1. Uyy, que interesante se vuelve esto. Me gusta tú manera de contar. LLevo un rato dando vueltas por tu blog :-)

    Un saludo!

    ResponderEliminar
  2. Muchas gracias por entrar al blog, y bienvenida, Pilar. Me alegra tenerte por aquí y sobre todo que te gusten los relatos. ¡Un beso grande!
    Si tienes blog déjame la dirección y "me paso a verte" ;-)

    ResponderEliminar
  3. Hombre blog tengo pero vergüenza me da. Vamos, que no es gran cosa. De todas maneras es este: http://hayloqueves.blogspot.com/

    ResponderEliminar