miércoles, 12 de enero de 2011

Desaparecidos (V parte)


Desaparecidos I
Desaparecidos II
Desaparecidos III
Desaparecidos IV


¿Y si era verdad? ¿Y si Sebastián tenía secuestrada a Ana? Alejé esa posibilidad, él era un tío raro, pero no creía que tanto como para matar a tres personas. Una ráfaga de aire helado me empujo violentamente contra la puerta de casa, que se abrió de golpe. Mi duda enfadaba a Anselmo y a Marta, me lo habían dejado claro: Ana estaba allí. A casa de mi vecino accedí saltando el muro de mi patio, que comunicaba con el suyo. No encendí una sola luz. Trepé la pared con dificultad, tuve que coger una escalera. Sentado en el borde, contemplé el patio de Sebastián. No había nada siniestro; una manguera mal enroscada, seis macetas enormes, pisadas marcadas por la arena, y una mesa con tres sillas y una sombrilla cerrada. No parecía la casa de un asesino, ¿pero cuál sí? El salto para bajar fue mi primera imprudencia, no llevar un cuchillo o algo contundente conmigo, la segunda. Caí encima de un cubo de plástico, el ruido desveló mi presencia. La luz de una habitación de la segunda planta se encendió, Sebastián bajaba. Sin opciones, me escondí tras la puerta por la que se accedía al interior. Tres segundos después se abrió, nos separaba menos de medio metro, él a un lado, buscando a su cuarta víctima, yo al otro, temblando, recordando por enésima vez que no debía estar allí, que unos fantasmas en los que no creía me habían empujado a resolver un misterio que no había buscado.


Su linterna iluminaba débilmente. Un simple giro de cuello le hubiera servido para verme, pero no lo hizo. Avanzó por el patio buscándome, todo le parecía que estaba en su sitio. Se agachó, miró el cubo y después al muro. Era el momento de entrar, en cuanto se volviera me vería. Por instinto y porque era el único lugar de la casa con luz, subí las escaleras. El pasillo era alargado. A cada lado tres puertas, todas cerradas menos la última. Empecé mi búsqueda, estaba su habitación. Abrí dos más, un cuarto de baño y un salón de estar con un sofá antiguo y un televisor que no le iba a la zaga. Sebastián regresaba, yo estaba metido en un callejón sin salida y con un maníaco campando a sus anchas por él. Elegí una tercera habitación para esconderme, cerré con sigilo en la oscuridad y esperé tras la puerta el sonido de su cama, no tardó en llegar. Se había acostado, no sin antes detenerse en mitad del pasillo. Sospechaba. Respiré como si llevara meses sin hacerlo. Busqué con ansiedad el interruptor. Palpé la pared, una y otra vez. Me agobiaba. Por fin di con él, encendí y di con la persona que buscaba, la que hubiera deseado que felizmente encontrara la policía y no yo… era Ana, atada de pies y manos a una cama y con un pañuelo en la boca como mordaza. Estaba viva.

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