miércoles, 21 de octubre de 2015

Sueños

Le decía a sus amigas que no había nada como soñar despierta. Sé que lo pensaba realmente y que no buscaba el palabrerío aleccionador fácil. Animaba a toda su gente a emprender, a intentarlo sin miedo, y también a comprender que el resultado a veces es lo de menos. Para ella, peor que cualquier aparente fracaso eran los remordimientos por no haberlo intentado, porque creía que acompañarían siempre. 
            Pero yo sé que cuando más viva estaba era dormida, cuando hablaba en sueños y reía. Nunca osé despertarla ni darle el típico codazo para que me dejase dormir. Me gustaba escucharla aunque no entendiese nunca a qué se refería. Eran frases y palabras que escapaban a mi lenguaje. En esos momentos estábamos en dos mundos realmente alejados, aunque compartiésemos cama y la manta nos protegiese del mismo frío.
            —¿Por qué te levantas siempre sonriendo? — Me preguntaba cada amanecer, ajena a sus conversaciones nocturnas.
            —¿Yo? Nada, nada. Será que he tenido un sueño agradable, pero nunca me acuerdo de qué trata— le mentía. Si le contaba la verdad no sería lo mismo. Era nuestro secreto común aunque ninguno supiera la parte del otro. 
            Esa alegría que gobernaba sus sueños se volvió pesadilla cuando le diagnosticaron cáncer. ¿Te acuerdas lo que me costaba decir la palabra?. "Si son sólo seis letras y las borraremos enseguida de nuestra boca", me animabas.  En lo peor de su tratamiento yo intentaba duplicar mi energía para que le llegase a través del aire y de las miradas de cariño, pero no siempre lo conseguía. Notaba que a medida que dejaba ser la misma yo la seguía por el mismo camino, arrastrado por un final que cada vez veíamos más cerca.
            —Ya no sonríes por las mañanas— me reprochó con suavidad una amanecer que seguía a una noche interminable de dolor en su cuerpo—. Quiero que vuelvas a hacerlo cada mañana. Prométemelo.
            Así pasaron el resto de días hasta que la enfermedad fue más fuerte que los sueños. Mi sonrisa actuaba en cada función para una única espectadora: ella. Cuando se fue para no despertar más no tuve más remedio que mantener mi palabra y seguir sonriendo por las mañanas, aunque en el patio de butacas ya no hubiera nadie para aplaudir al terminar la representación.

            Y es que al final uno siempre será preso de las promesas que hace...

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