jueves, 21 de octubre de 2010

Una mujer entre tantas

Me levanto un día más, la rutina lo llaman. Alvarito no ha llorado en toda la noche, hacía tiempo que no dormía tan bien. En una semana cumple dos años, ya se va enterando de lo que sucede a su alrededor.

Manolo duerme aquí, a mi lado. No entiendo cómo estando tan cerca le siento tan lejos. Antes no era así. Recuerdo cuando me pidió que me casara con él. Fue hace 5 años. Mi vida era un cuento de hadas, de esas que con un solo toque de varita consiguen hacer realidad los sueños. Yo nunca le he pedido nada especial a la vida, no sueño con cientos de viajes ni con tener mucho dinero. Con salud para los míos soy feliz, especialmente para Alvarito.

Como os digo, fue hace 5 años. Sonó el timbre de mi casa, era un niño que no tendría más de 8 ó 9 años. Me dio una rosa y me dijo que estaba muy guapa, sonrió y se fue corriendo. A los 5 minutos llamaron nuevamente, una niña también muy joven apareció con una foto de Manolo y mía en nuestro primer viaje, a Barcelona. Es mi preferida. La niña me dijo que hacíamos una pareja increíble. La tercera vez, creyendo que sería otro niño, abrí. Era él. Venía con un caja pequeña, un anillo precioso. Me pidió que me casara con él. No lo dudé. Los vecinos, haciendo honor a su fama de cotillas, terminaron aplaudiendo y gritando eso de ¡vivan los novios!


Con el tiempo sus regalos se han convertido en exigencias, insultos y golpes, desde un poco antes de que naciera nuestro hijo. Del Manolo que yo conocí sólo queda su aspecto físico, de sus virtudes no hay rastro. Era amable, servicial, siempre pendiente de mí. Ahora sólo me habla para pedirme que le lave o le dé de comer, no le interesan mis problemas, mis sueños… no me escucha. Me culpa de algo que no alcanzo a saber, tiene que ser eso. Cuando hay amigos o familia delante actúa, se hace pasar por marido modélico, me hace caricias, sonríe, me escucha… pero al llegar las doce, la carroza se vuelve calabaza. Así día a día durante 3 años.


Cuando me pega, me pide disculpas un rato después y me jura que será la última. Yo le quiero creer pero sé que como mucho será la penúltima vez. Con Manolo no existen los finales. Sé que los vecinos nos escuchan, las paredes no lograr retener los ecos de los gritos, las patadas y las humillaciones. A veces deseo que ellos tengan el valor que me falta a mí para coger el teléfono y llamar a la Policía, pero sé que no lo harán. Mirarán a otro lado como lo hacen cuando me cruzo con ellos en la escalera, ven mi rostro magullado, me sonríen y siguen su camino. Son los mismos que años atrás salieron al rellano a aplaudir para que nos casáramos. No les culpo, si yo no me atrevo a denunciarle no puedo exigirles que ellos lo hagan.


Cada noche la paso en vela imaginando mi futuro lejos de él, pero sé que me encontraría. Me ha jurado que me buscará hasta el fin del universo, aunque tenga que recorrerlo a pie. Usted que me lee no me entiende, piensa que las cosas son más fáciles de lo que parecen. No dudo de su buena intención, pero si pasara un minuto en mi vida entendería que vivo en una cárcel de 4 paredes, sin puertas por las que escapar y ser libre. No me juzguen por ello, yo no lo elegí, me vino así.

Debe haber otro camino, seguro que sí. Puede que mañana sea el día y lo encuentre. Tiene que haber algo mejor ahí fuera, esperándome...

2 comentarios:

  1. Sí señor Alberto! Muy bonito y triste.

    ResponderEliminar
  2. Los cuentos de hadas, principes y princesas no existen. Tú protagonista es una victima más de esa educación machista que hemos tenido las mujeres durante años (y seguimos teniendo). La entiendo, es muy dificil salir de una situacción como la de ella, pero sin duda alguna hay solución. Espero que algún día tanto ella como todas las víctimas de violencia de género o machista se den cuenta. Y también espero que esta sociedad evolucione y estas agresiones sólo sean recuerdos de un tiempo pasado y superado.

    ResponderEliminar