martes, 30 de noviembre de 2010

Desaparecidos (IV parte)
**A mi amigo Rodri, que disfruta de mis relatos como yo con los suyos**
Cuando era pequeño y veía en la televisión películas donde el malo moría pensaba que no debía tener nada especial estar frente a un muerto. “Es como estar dormido, sólo que nunca despertará” le decía a mi hermana mayor. Ella no quedaba muy convencida ante mi visión tan simplista de la muerte. Nadie me explicó entonces que había muchas maneras de ver a una persona sin vida. La que nos tocó con Anselmo el zapatero se alejaba del ideal que había imaginado. Estuve dos días sin salir de la Taberna de Manolo, más que para dormir y cuando nos tocaba participar en los turnos de búsqueda de las dos chicas. Estando distraído me venía menos veces la imagen del pobre Anselmo arrojado sin dignidad a un matorral y al río. La investigación se hizo pública dos días después. Había muerto estrangulado. Cuando el asesino lo lanzó fallidamente para que se lo llevara la corriente ya estaba muerto. No me consolaba.
Mi familia insistía que volviera a la ciudad. No era el momento. Estar en el pueblo era de todo menos unas vacaciones, pero había que encontrar a las chicas, el tiempo corría en nuestra contra y sobre todo en la suya.
-No dejas de pensar en Anselmo ¿verdad? A mí me pasa igual. Lo tendría que haber encontrado un policía, nosotros no valemos para estas cosas – dijo Manolo en la terraza de su bar, con la mirada perdida. Eran las dos de la noche, no quedaba nadie. Me sirvió el último vino del día. No sin esfuerzo nos abstrajimos de la realidad que tanto nos agobiaba, a él si cabe más, tenía una hija de la edad de Ana y la simple idea de que le pasara lo mismo le aterraba. Pero el paréntesis en el que nos encontrábamos cómodos se esfumó cuando en la esquina que daba al taller del difunto al final de la Plaza contemplé la figura de Marta. Su rostro se refugiaba en la oscuridad. Me señalaba nuevamente igual que la noche que la vi debajo de mi balcón. Alerté a mi amigo:
-¿Has visto eso, Manolo?- le giré la cabeza hacia la zona donde estaba Marta, ya no había nadie.
-¡Venga a dormir, este asunto nos está afectando más de la cuenta! ¡Ya hasta ves visiones!- y sin darme opción se despidió y entró al bar. No era cansancio, yo había visto a Marta, y casualmente llevaba la misma ropa. Bajé corriendo, quizá aún estaba a tiempo de alcanzarla y acabar con el misterio que, viendo las informaciones publicadas en los periódicos, sólo yo conocía. Corrí cuesta abajo, no podía estar lejos. Avancé atraído por la necesidad de descifrar las incógnitas que taladraban mi cabeza, incógnitas que se multiplicaron cuando mis pasos me condujeron por inercia a la puerta de mi casa. Exhausto, apoyé la cabeza en la puerta, no tenía energía ni para abrir. Estaba metiendo la llave cuando escuché unos maullidos que ya me resultaban familiares.

-No puede ser, la mierda del gato otra vez- me dije entre jadeos. Al darme la vuelta me di de bruces con el significado de la palabra pánico, aunque cuando lo recuerdo comprendo que no existen calificativos para lo que sentí. Al gato lo sujetaba con una mano el bueno y difunto de Anselmo, y con la otra agarraba a Marta. Hubiera corrido si mi cerebro hubiera sido capaz de dar una orden. Me miraban los dos, hubiera jurado que se regodeaban de mi miedo.
-¡Pero si te vimos muerto Manolo y yo el otro día! ¡Qué haces aquí! – mi voz entrecortada exigía una respuesta. Sonrieron entre ellos, el gato saltó de su brazo. Se marchó corriendo, como si no quisiera ser testigo de lo que se avecinaba. Marta se acercó, la tenía delante, sólo separados por nuestras alturas tan diferentes. Sus ojos desprendían una mirada sin brillo, inundados en una infinita tristeza de la que me estaba haciendo partícipe. Me cogió la mano suavemente, la alzó al unísono con la suya. Estiró su dedo índice y el mío señalando el balcón de mi vecino Sebastián, y con el mismo susurro de noches atrás, con el que no quería que nadie del vecindario la escuchara, me habló:
-Sebastián, Sebastián. Sólo tú puedes ayudarla- con la mirada fija en su ventana comprendí que me estaban alertando. Por ellos no podía hacer nada, pero quizá Ana todavía estuviera viva. No pude hacerles ninguna pregunta porque al mirarles ya no estaban.
Continuará....

2 comentarios:

  1. qué intriga....espectacular la forma de escribir que tienes. Pendiente estoy de la V parte....un besazo Alberto

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  2. ¡Muchas gracias, Sandra! Un beso grande ;-)
    A ver si para la semana que viene lo termino.

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