lunes, 6 de junio de 2011

Láser 3

No se había parado a pensar, hasta que recibió el aviso, en que de todos los derribos de edificios que había tenido que certificar en su todavía corta vida laboral, ninguno había sido en Segovia. Por eso, cuando llegó la documentación y se prestó a hacer la maleta, volvieron a él los nervios que sintió quince años antes, cuando su padre comunicó a la familia que dejaban la ciudad castellana para trasladarse a Alicante. Una nueva mudanza, con nuevas despedidas, con nuevos hasta pronto próximos al adiós. Con quince años era la cuarta vez. La incertidumbre era habitual en casa cuando su padre llegaba a altas horas de la noche de trabajar. Cualquier día podría anunciar un nuevo destino. Quizá por ello, vivir cada momento intensamente era obligación para Pedro.


Segovia había cambiado. La ciudad añorada no se asemejaba a lo encontrado. Le llamó la atención el pastor de botas desproporcionadas que daba la bienvenida a los viajeros, rodeado de su fiel rebaño. Sintió pena al ver que los antiguos Multicines Miró con 3 salas y millones de aventuras, habían sido sustituidas, o más bien devoradas, por la vorágine de un mercado que no entiende de nostalgia. Cuántas películas había disfrutado allí, primero con sus amigos, después con los primeros amores. De entre todas le vino a la memoria “Parque Jurásico”. No porque fuera su película preferida, sino porque Pedro y sus amigos la habían visto en primer fila. En 1993 no existía el 3D, pero había maneras de sentir un dinosaurio cerca, muy cerca. También el terreno reservado a la Feria de San Juan y San Pedro había sido postergado por un nuevo parque de bomberos que pisoteaba las carreras trucadas de camellos, los gritos de las tómbolas, las pérdidas de gravedad en el barco pirata, los interminables y pegajosos algodones de azúcar o la montaña rusa, que aunque tenía más de monte, seguía levantando la expectación de los pequeños y de los que intentaban a contrarreloj conservar su juventud enredada entre canas y fechas de nacimiento que se alejaban irremediablemente del presente.

Eran muchos los cambios a los que se enfrentaban sus recuerdos, anclados ellos en una realidad viva y lejana. La casualidad a la que muchos disfrazan como destino quiso que el edificio de viviendas que a la mañana siguiente sería derruido, fuera en el que en los bajos albergara en los ochenta y noventa la sala de máquinas recreativas “Láser 3”, sala a la que entró furtivamente por vez primera siendo un niño y donde sus amigos le hicieron la fiesta de despedida.







La noche lucía en las calles, tan vacías como las fuerzas de Pedro al darse de bruces con la puerta al pasado. Una verja metálica sucia y oxidada todavía anunciaba el nombre del local que durante tantos años fue punto de encuentro cada tarde de viernes y sábado de adolescentes cuya única exigencia era la de disfrutar de cada partida jugada, cada compañía y cada mirada cómplice de amores jurados eternos que cambiaban de manos y labios con frecuencia. La urgencia de experimentar primaba en una época en la que no existía el temor al futuro.


Pedro miró a ambos lados de la calle. No había nadie. Observó que la verja no estaba anclada a ningún cerrojo en el suelo. No lo pensó. Se agachó e intento sin éxito subirla, estaba fuertemente encajada. Tras tres intentos más la puerta cedió. Pedro encontró las luces y las máquinas encendidas, tal como las dejó años atrás. Lo más increíble es que identificó en su interior rostros conocidos ocupando las máquinas, hablando en las escaleras que conducían al baño o gastando sus propinas en bollos, gominolas y refrescos.

No podía creerlo. El informe de la demolición detallaba que Láser 3 había cerrado en el 2004. Como pasó a otras muchas empresas, no supo o no pudo adaptarse al huracán devastador de Internet.

Asustado, dudó si entrar, pero los amigos que dejó en Segovia salieron a su paso, alegrándose todos del esperado encuentro que, aunque tarde, por fin se producía como prometieron en aquellas dedicatorias y regalos de la despedida. ¡Estaban todos! Julio, David, Javi, Jesús, Rodrigo, Alberto, Rubén, Álvaro, Quique, Alonso, Fernando… no faltaba ninguno. Lo increíble para Pedro fue volver a verlos con la misma edad que en 1995, las mismas caras juveniles, las voces algunas infantiles y otras adultas, el mismo aspecto y la felicidad por encima de todo.

Los múltiples abrazos dieron paso a las ganas de jugar de nuevo. Cada uno tenía su preferida, ésa en la que destacaban sobre el resto y despertaban la admiración de los contrincantes. Pedro se dio cuenta que él no podía jugar. Admitían únicamente las monedas antiguas de 25, 50, 100 ó 500 pesetas, y en su cartera sólo llevaba euros. Al mirar en ella descubrió que esos euros se habían transformado en pesetas. Ya no llevaba 30 euros, ahora eran 5.000 pesetas, toda una fortuna por entonces. En la cartera su DNI tenía el formato antiguo y en él salía la foto de la primera vez que se lo hizo. Caducaba el 3 de marzo de 1999.


Todos los amigos querían jugar con él, recuperar el tiempo perdido que no había sido tal. Empezaron con la de fútbol. Jugadas y goles imposibles, patadas que no hacían daño, piques adolescentes, revanchas que confirmaban derrotas una y otra vez. ¡No se le había olvidado jugar! Jesús tiró de él, tocaba ser golfista. Se le daba peor, iba a perder. Los chicos querían parecerse a Severiano Ballesteros. Soñaban con meter la bola en el primer golpe. Ninguno lo consiguió nunca, pero todos aseguraban que conocía a uno que sí lo había hecho. No hacían falta pruebas, lo creían. La siguiente fue la de coches, que incorporaba volante y acelerador, era su preferida. Podía conducir un Fórmula 1 en llamas, desafiar la ley de la gravedad en cada curva, adelantar rivales odiados… la única regla era no pisar jamás el freno. No podía faltar el juego en el que a base de destapar baldosas se veía el dibujo de una chica desnuda. A medida que un jugador avanzaba, a su alrededor se reunían más y más inocentes e inexpertos adolescentes esperando ver un ansiado pecho. Las chicas, reunidas en las escaleras, se reían de ellos. ¡Inmaduros! decían ellas… ¡Celosas! respondían ellos sin apartar la mirada de la pantalla. Las chicas eran enemigas necesarias, no podían vivir sin ellas, pero las confrontaciones banales eran habituales y divertidas. Estaban en la etapa en la que costaba definir si las chicas eran tontas o maravillosas.


Las monedas se fueron gastando. Las últimas las aprovecharon para jugar al futbolín. La gran victoria era ganar 7-0 y que el equipo rival pasara por debajo de la mesa. A Pedro y a David les tocó en dos ocasiones, aplaudidos por los ganadores. Cuando arrojó la última moneda en la ranura, el ruido de las excavadoras fue imponiéndose al sonido de las máquinas, de las risas y las celebraciones. Era la hora de cumplir el trabajo encargado y por el que había regresado a Segovia.


-Tienes que irte, ¿verdad?- dijo Jesús. Pedro asintió cabizbajo, avergonzado de ser él quien diera el golpe de gracia al local.


- No tienes que avergonzarte. Sólo vas a tirar un edificio. Nadie va ser capaz de destruir lo que creamos cada tarde entre todos los que estamos aquí. Eso es algo que llevaremos toda la vida con nosotros, y aunque estemos separados, sólo tienes que mirar dentro de ti y verás que, por mucho que construyan, seguiremos aquí siempre que tú quieras, jugando, riendo, divirtiéndonos, y siendo amigos. Debes irte, Pedro.- Se abrazaron todos a la vez y observaron cómo su viejo amigo se dirigía lentamente a la puerta, arrastrando con él la tristeza de un nuevo hasta luego que se le antojaba definitivo. En un último vistazo, ya desde lejos, alzaron las manos sonriendo, como les recordaba. Bajó la verja. Era la hora.


Una vez llegado todo el equipo de demolición, procedieron al derrumbe, aunque el jefe de seguridad primero comprobó que no hubiera nadie en todo el recinto. Abrió la puerta, Pedro observaba expectante. Sucedió lo esperado, dentro no había nada, ni máquinas, ni amigos… ni siquiera el alboroto del pasado. Satisfecho de haber vivido una última noche como aquella, dio la orden de comenzar.

6 comentarios:

  1. Grande Albert!! toda una oda a nuestra infancia!! la de monedas de cinco duros que me he dejado yo en Laser3!!!

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  2. Simplemente espectacular!!!!!
    No tengo nada más que añadir.

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  3. Increible Alberto, que recuerdos, me he emocionado al leerlo, espectacular, has plasmado mis recuerdos en este relato

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  4. ¡Gracias, chicos, un placer compartir viaje!

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  5. El naúfrago de la orilla digital que trabaja al otro lado del despacho, a la que tenga tiempo de corregir exámentes, poner notas y pasarlas a las actas... promete leerlo con la debida atención: ¿de dónde sacas tanto tiempo para estar online todo el rato? Un saludo.

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  6. Increíble Alberto, qué recuerdos y emociones! Y qué bien transmitido. Tanto que te diré que no escribas más sobre esto que me he quedado triste para todo el día...jeje.
    ¿Es verdad que han derribado el edificio? ¿Esa foto corresponde al que estaba en josé zorrilla o al de san millán?

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