jueves, 30 de mayo de 2013

Bajo el agua



Bajo el agua


Me acerqué a la orilla del río. Estaba convencido de haber visto algo moverse bajo el agua.

-No creerás  que hay sirenas en los ríos, ¿verdad?-  Marta siempre tenía la virtud de estropear los momentos en los que me evadía de la realidad. Era como si le molestara verme imaginar.

No le hice caso. Seguí mirando atentamente, esperando cualquier movimiento. No quería desconcentrarme para que no me sucediera como cuando quería ver una estrella fugaz; entonces todos me decían “¿tú también la has visto, Tomás?,” y yo respondía que sí, pero mentía, nunca llegué a ver una, por lo menos de las que se pasean por el firmamento.

Marta se acercó. Mi insistencia le había provocado cierta curiosidad. Se creía muy adulta, y cuando le recordaba que solo tenía 13 años y que me sacaba nada más que dos meses se enfadaba y me perseguía sabiendo que jamás me alcanzaría. Entonces optaba por lo que ella consideraba un insulto, me gritaba “eres un crío”. Lo que Marta no sabía es que para mí era un piropo. Con doce años yo ya había tomado la primera decisión importante de mi vida: no crecería nunca. Me marqué el tope de los 14 años porque en el pueblo era la edad en la que los chicos se volvían idiotas y dejaban de hacer cosas divertidas por estar con las chicas y darse besos o recibir bofetadas, según se diera. Todavía no sabía cómo hacer para quedarme toda la vida en los 14 años, pero algo se me ocurriría, tenía tiempo aún para idear un plan.  

-Si te mueves tanto no lo veremos, vas a asustarle- dije en un susurro.

-Estás mal de la cabeza, yo me voy-  Se giró y se fue cantando “Tomás está pirao, no hay quien aguante a ese tarao”. La verdad es que cantaba bien, puede que la letra la tuviera preparada de antemano.

Tras una hora observando, perdí la esperanza de ver algo que no fueran peces corrientes. En condiciones normales hubiera aguantado más, pero anochecía y mis padres me tenían prohibido ir solo por el bosque después de las nueve en verano. Apenas había caminado 100 metros cuando escuché un fuerte golpe procedente del río, como cuando nos tirábamos “de bomba” en la piscina. Regresé y encontré las aguas revueltas. Aquella zona era muy tranquila, sin embargo parecía que alguien las hubiera removido segundos antes a su antojo. Alcé la vista y al otro lado de la orilla las hierbas aplastadas marcaban un camino recién estrenado. Aquel “ser” había salido del agua y huido bosque adentro. Incluso juraría haber escuchado a lo lejos el ruido de sus contundentes pisadas. Entonces comprendí que él había estado allí todo el tiempo, bajo el agua, y yo había sido incapaz de verlo por mucho que lo mirara. Como las estrellas fugaces que esperaban a que bajara la cabeza para pasar sobre mí, sigilosas ellas.

Regresé cada tarde de verano al mismo lugar. Me concentré y busqué con ahínco. Incluso metí la cabeza en el río con unas gafas de bucear, pero solo conseguí ahuyentar a los peces. Sabía que no iba a aparecer. Había desperdiciado mi oportunidad, y aunque en mi vida me encontrara después con otras cosas extraordinarias, ninguna iba a poder suplantar a la que me había perdido. Quizá si me hubiera quedado un poco más todo habría sido diferente, o no... no lo sé.

1 comentario:

  1. Ya era hora de que actualizases e incorporases uno de tus relatos. Gracias por seguir redactando para los que te seguimos y disfrutamos de su talento.
    Saludos cordiales desde la orilla digital que te divisa en el horizonte literario.

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