Bajo el agua
Me acerqué a
la orilla del río. Estaba convencido de haber visto algo moverse bajo el agua.
-No creerás que hay sirenas en los ríos, ¿verdad?- Marta siempre tenía la virtud de estropear los
momentos en los que me evadía de la realidad. Era como si le molestara verme
imaginar.
No le hice
caso. Seguí mirando atentamente, esperando cualquier movimiento. No quería
desconcentrarme para que no me sucediera como cuando quería ver una estrella
fugaz; entonces todos me decían “¿tú
también la has visto, Tomás?,” y yo respondía que sí, pero mentía,
nunca llegué a ver una, por lo menos de las que se pasean por el firmamento.
Marta se
acercó. Mi insistencia le había provocado cierta curiosidad. Se creía muy adulta,
y cuando le recordaba que solo tenía 13 años y que me sacaba nada más que dos
meses se enfadaba y me perseguía sabiendo que jamás me alcanzaría. Entonces
optaba por lo que ella consideraba un insulto, me gritaba “eres un crío”. Lo que Marta no sabía es que para mí era un piropo.
Con doce años yo ya había tomado la primera decisión importante de mi vida: no crecería
nunca. Me marqué el tope de los 14 años porque en el pueblo era la edad en la
que los chicos se volvían idiotas y dejaban de hacer cosas divertidas por estar
con las chicas y darse besos o recibir bofetadas, según se diera. Todavía no
sabía cómo hacer para quedarme toda la vida en los 14 años, pero algo se me
ocurriría, tenía tiempo aún para idear un plan.
-Si te mueves
tanto no lo veremos, vas a asustarle- dije en un susurro.
-Estás mal de
la cabeza, yo me voy- Se giró y se fue
cantando “Tomás está pirao, no hay quien aguante
a ese tarao”. La verdad es que cantaba bien, puede que la letra la tuviera
preparada de antemano.
Tras una hora observando, perdí la
esperanza de ver algo que no fueran peces corrientes. En condiciones normales
hubiera aguantado más, pero anochecía y mis padres me tenían prohibido ir
solo por el bosque después de las nueve en verano. Apenas había caminado 100
metros cuando escuché un fuerte golpe procedente del río, como cuando nos
tirábamos “de bomba” en la piscina. Regresé y encontré las aguas revueltas. Aquella
zona era muy tranquila, sin embargo parecía que alguien las hubiera removido
segundos antes a su antojo. Alcé la vista y al otro lado de la orilla las
hierbas aplastadas marcaban un camino recién estrenado. Aquel “ser” había
salido del agua y huido bosque adentro. Incluso juraría haber escuchado a lo
lejos el ruido de sus contundentes pisadas. Entonces comprendí que él había
estado allí todo el tiempo, bajo el agua, y yo había sido incapaz de verlo por
mucho que lo mirara. Como las estrellas fugaces que esperaban a que bajara la
cabeza para pasar sobre mí, sigilosas ellas.
Regresé cada tarde de verano al mismo
lugar. Me concentré y busqué con ahínco. Incluso metí la cabeza en el río
con unas gafas de bucear, pero solo conseguí ahuyentar a los peces. Sabía que
no iba a aparecer. Había desperdiciado mi oportunidad, y aunque en mi vida me
encontrara después con otras cosas extraordinarias, ninguna iba a poder
suplantar a la que me había perdido. Quizá si me hubiera quedado un poco más
todo habría sido diferente, o no... no lo sé.
Ya era hora de que actualizases e incorporases uno de tus relatos. Gracias por seguir redactando para los que te seguimos y disfrutamos de su talento.
ResponderEliminarSaludos cordiales desde la orilla digital que te divisa en el horizonte literario.